martes, 14 de diciembre de 2010

Darle Alas A Tu Locura...


En determinados momentos uno sólo se sienta a la mesa de algún bar a esperar que los minutos se deshagan como la cera de las veladoras en un altar. Sucede que hay noches en las que abandonas tu habitación, aburrido de escuchar a los Rolling Stones y de mirar la lluvia a través de la ventana. Bajas las escaleras, cruzas el portón, sales a la calle. Caminas hasta el bar más próximo, que es el que frecuentas. Te sientas de frente al mismo mesero de siempre, que en cuanto te reconoce empieza a servir un ron con coca. Inclina la cabeza a manera de saludo. Respondes igual y luego observas las filas de botellas. Sucede que a veces no pasa nada. Y así es la vida en esos lugares: cuando pasa algo bueno bebes para celebrar, cuando ocurre algo malo bebes para olvidar, y si no pasa nada entonces bebes para que pase algo. Las reglas del bebedor. Allí estás, esperando que acontezca algo o que un incendio consuma el local o que ángeles eléctricos pidan permiso de entrar al baño o que algún suicida beba hasta morir o que un sacerdote nos venga a excomulgar o que un poeta se emborrache con sus musas o que un limosnero te venda su alma o que un profeta anuncie el fin del mundo o que una canción nos diga una verdad o que un músico haga sonar el sax o que una mujer de falda corta selle tus labios con sabor a sal o que unos ojos eclipsen tu mirada o que lleguen a clausurar el bar o que, simplemente, te dejen en paz. * * * Aquel borracho no dejaba de dictar con estridencia: "¡Puedo volar, puedo volar, puedo volar!". Al principio a todos nos pareció gracioso, pero luego de algunos minutos empezó a sonar patético. Uno de los meseros trató de controlarlo, pero aquel escandaloso se puso a manotear: "Déjame en paz, déjame imbécil. Nadie sabe lo que yo sé". Cansado de soportar estupideces llamé al mesero. "Mejor sírvale un trago, yo lo pago", le dije. Me hizo caso. En cuanto le sirvieron, el gritón volteó hacia mí, me miró agradecido y se levantó tambaleante para luego acercarse a mi mesa. Lo que me faltaba, pensé. "Gracias joven, usted sí se ve gente decente, no como esta bola de mediocres, ignorantes". Asentí con la cabeza, como quien quiere decir "de nada". Él sujeto flacucho y bajito se sentó sin pedir permiso. "¿Sabe qué?", preguntó para luego contestarse solo: "Tengo miedo, porque sé muchas cosas que nadie sabe". Uta, otro pinche loco. "Fíjese que yo sé volar, en verdad que puedo volar", insistió pero yo no tenía ganas de hablar, ni de estar con nadie; lo único que necesitaba era tomarme un par de tragos, tranquilamente, mientras observaba la profundidad de mi vaso, pero aquel miserable se empeñaba en su discurso. "Yo sé quién mató a Colosio o también sé quién será el próximo presidente y hasta cómo hacer contacto con los extraterrestres", ennumeró con ese entusiasmo habitual en los ebrios. Por fin un hombre que ha descubierto el hilo negro. Con el brazo izquierdo le pedí al mesero que se acercara. Fue hasta la mesa. "El señor ya se va" y le hice señas para que lo "invitara" a largarse. "No joven, espérese tantito. Le juro que yo sé volar, deveras que sé volar. Y le puedo enseñar cómo". El mesero lo tomó del brazo, intentando levantarlo. "No me toques estúpido, no me toques", gruñó aquel tipo. "Ándele, amigo, es hora de que se vaya a descansar un rato o a molestar a otro lado", le advertí en tono alto, aunque conciliador. "No me creen, ¿verdad? No estoy loco. Ustedes creen que estoy loco, pero no es así", se puso de pie. Abrió los brazos, levantó la cabeza, abrió las palmas de las manos, cerró los ojos, se concentró demasiado... y juro por todos los dioses que se elevó como medio metro y se quedó flotando durante muchos segundos que parecieron largos minutos. Los cuatro o cinco clientes, así como los meseros, nos quedamos en silencio. Sorprendidos. Nadie dijo nada, aunque alguien se quedó con la boca abierta. Luego el borracho volvió a tocar el suelo y me miró con coraje. "Son unos necios, incrédulos, por eso este mundo se está cayendo a pedazos, por la falta de fe", señaló y luego se encaminó a la puerta. Entonces comenzaron los murmullos. Seguí bebiendo. Otro día difícil, como para volverse loco. Esta pinche ciudad está llena de gente muy rara...

lunes, 8 de noviembre de 2010

El Monstruo Que alimentas En El Sótano...




“Tienes un camaleón en la mirada”, me comentó aquella chica. “Ah, gracias”, respondí como un tonto, bueno, como el tonto que suelo ser cuando las cosas no andan muy bien con mi vida. “Ni me des las gracias, porque no es un cumplido”, parecía un reclamo aunque el tono era amable…

Dejé de revisar aquellas hojas y levanté la mirada. Ella me observaba con cierta expectativa. “Perdón, no pretendía darte el avión” o algo así pretexté. Ella me sonrió, antes de preguntarme “¿a ver, qué fue lo que te dije?”. Tampoco soy tan cretino para no poner atención. Puedo ser un distraído, pero no un inconsciente. “Que tengo un camaleón en la mirada”, dejé en claro y con ello di pie a una explicación. “Es que tu mirada se mimetiza y supongo que es un acto de defensa”, aquella chica era un tanto extraña. “¿Podrías ser más específica?”, le cuestioné. Era lo que buscaba. “Vamos a fumar un cigarro y te platico”, se encaminó al pasillo. La seguí afuera...

Mientras fumábamos, la chica acabó de darme los detalles: “En tus ojos hay algo de nostalgia, pero la ocultas con dureza. Y de pronto destellan alegría, pero te escondes en la malicia, por eso digo que hay un camaleón en tu mirada”. Di una calada al cigarrillo, exhalé el humo y la reté, “y ahora me vas a decir que también sabes leer el aura, ¿no?”. Se molestó un poco. “Ash, qué tonto”, me empujó con el hombro la muy confianzuda, “mejor no te hubiera dicho nada”. Reímos un poco, me detalló que escribía poesía y que le interesaba mi opinión. Acabamos yendo a comer, intercambiamos correo electrónico y nos despedimos como dos amigos. Para entonces yo ya sabía que se llamaba Elisa y que soñaba con irse a viajar por Europa. Esa misma noche me mandó sus poemas, incluido uno que se llamaba “Un camaleón en la mirada”, con la típica dedicatoria. No escribía nada mal, tenía algunas metáforas afortunadas, aunque aún sus letras eran un tanto ingenuas y le fallaba un poco la acentuación. Así se lo dije por messenger. Ella agradeció mi sinceridad. Un día cualquiera me invitó a salir. Fuimos a emborracharnos. Se quedó en mi casa. Me advirtió que estaba en una pausa con su novio, que tal vez regresaría con él. “No necesitas darme un instructivo”, asenté, “porque no pretendo enamorarme”. Ninguno quería compromisos, pero ella acabó por enamorarse. Luego comenzó a ser cursi, algo que siempre me ha contrariado. “Me gusta estar contigo, pero más me encanta que tú me inspiras”, soltó una vez que bebíamos en un barecito. Y sacó su libreta y me leyó algunos esbozos que hablaban de “nuestro amor, de esta pasión”. Miré su cerveza y dudé que Elisa ya anduviera ebria. “Están chidos”, la animé, “pero no esperes que llene la tina de baño con pétalos de rosa”. Apenas iba a darle un sorbo a la Corona y se detuvo: “A veces eres tan mamón que no sé cómo te aguantas tú solo”. Ya empezaba a chocarle mi ironía. Nada raro. “No tengo escapatoria”, indiqué, “soy rehén de mis defectos y nadie en su sano juicio pagaría el rescate”. Sus ojos brillaron. “Oooye, eso suena pocamadre, ¿me lo regalas para un poema?”, y me acarició la pierna. Como si no hubiera yo notado que algunos de sus textos, los menos cursis, estaban poblados de frases mías. Carajo, así que ya ni siquiera podría usarlos en mis historias. Y ni modo de acusarla de plagio.


“El ogro que alimentas se come mis sueños,
devora mis desvelos cuando no te tengo.

El monstruo de tu indiferencia ha roto sus cadenas
y saldrá del sótano para atraparme,
para hacerme rehén de tus defectos.

Si no logro escaparme,
por favor, que nadie pague el rescate”.


Ese fue uno de los últimos poemas que me escribió Elisa antes de convencerse de que yo nunca podría amarla. Aunque me gustaba mucho y me parecía una mujer sensible, inteligente, era harto inmadura. Lo acabé de comprobar el día que su ex novio se apropió de su messenger y me dijo una serie de barbaridades propias de un escolapio, como: “¿Qué te traes con mi novia imbécil?”. Yo le respondí que su “novia” no era ninguna imbécil, que en todo caso quiso decir, “¿qué te traes con mi novia, (coma) imbécil?”. Me reí un rato a sus costillas y le animé a no desesperarse “porque la inmadurez es una enfermedad que se cura con el tiempo. Aunque para eso de ser idiota, aún no encuentran el antivirus”. Yo no le dije nada a Elisa, más bien su ex novio se indignó y acabó por maldecirla. Supongo que aún la amaba y el corazón suele aconsejar muchas pendejadas. Ella me reclamó a mí, por ser tan duro con “el pobrecito de Cristopher”. Me sacó de mis casillas, le dije que no soportaba sus cursilerías y que me encantaría que regresara con su ex novio porque estaban hechos a la medida. Se ofendió bastante, intentó darme una cachetada, y comprendí que me había excedido. No hubo despedidas, ni cartas con posdatas. Aunque seguramente ella me recuerda cuando escucha a Babasónicos cantar eso de

“tengo que aprender a fingir más
y a no mostrar lo que siento.

Tengo que aprender a fingir más
y a pilotear lo que pienso.

Trato de acercarme a una puerta
y escucho un enjambre de moscas silbar,
disimula, que están zumbando mi nombre,
debemos irnos y no sé por dónde”.

martes, 12 de octubre de 2010

Un plato de fruta...


Si hay algo que me moleste es amanecer junto a una mujer que no conozco. Porque es evidencia de que no he sido dueño de mis actos a causa de alguna o todas las substancias que diariamente me meto para mantenerme a nivel, despierto, calmado, atento, simpático, funcional o lo que necesite durante los fines de semana que ahora inician los miércoles, ocasionalmente los martes y frecuentemente nunca terminan.


El problema es que llevo tres días despertando con la misma mujer que no conozco. Una mañana aquí estaba, a la noche la volví a encontrar en el bar del Gato, ya bastante borracho, y volvió a amanecer a mi lado, tengo recuerdos de un saludo y trozos de pláticas sueltas, pero no de su nombre, esa segunda mañana me pareció todavía más penosa la situación y me hice el dormido mientras se preparaba para irse, después de besarme en la mejilla, pensando que seguía perdido en el sueño, se marchó dejando un plato de fruta en la cocina para mi. A la noche preferí ir a otro bar, y para mi sorpresa me esperaba ahí, ya en una mesa con un par de mis conocidos. ¿Como se enteró? ¿Será que nos citamos ahí la noche pasada y perdí el dato de nuevo en las lagunas alcohólicas de mi memoria? El punto es que seguía sin saber su nombre, bebí menos esta noche y al subir a su auto para ir a mi estudio (Ya parecía lo más natural) descubrí con sorpresa que en el asiento trasero había una maleta con algo de ropa, que llevó con ella al llegar. Después de todo parece que estamos iniciando una relación en serio.

No es que me incomode, al contrario, ella es agradable y el tiempo que pasamos juntos creo que ha sido bueno. Podría llegar a quererla. Pero no me hace feliz tener a alguien viniendo tan seguido al estudio. Hay algo que me da mucha más vergüenza que tener que preguntarle a algún amigo (Tengo que hacerlo pronto) como se llama, o buscar en su bolso algún tipo de tarjeta de presentación, de crédito, cualquier indicio. Será después, el nombre no me importa por el momento, sino que no se percate de mi problema.

El problema es que no hago nada.

Amanezco con mujeres que no conozco.

Pero no hago nada.

Ya no dibujo.

Me paro frente a la mesa, reviso viejos bocetos, me mancho los dedos de carboncillo y fumo tres o cuatro cigarros. En general me siento como cuando era niño la tarde del domingo, después de un fin de semana de diversión, con muchísima tarea por entregar y sin haber abierto siquiera un libro. Así estoy parado frente a mi mesa viendo el papel vacío, a veces copio algunos trazos de un boceto que rescato del olvido. Pero hasta ahí, nunca más. Para ese entonces ya es casi de noche y hay alguien llamando por teléfono, o simplemente me harto y salgo a uno de los bares que frecuento, donde todo el mundo me conoce, charlo un poco con los viejos y nuevos conocidos, tal vez impresiono a alguna chica dibujando bocetillos en una servilleta y poco a poco voy entrando en la dulce neblina que me hace olvidar, olvidar que no puedo dibujar.

No es el alcohol, no es la mota, probablemente un poco la coca, no sé, no creo. Y no le entro al special K y esas mamadas que se meten los chavitos idiotas. Cuando estaba en el estudio con los otros dos tristes tigres el alcohol nunca faltó, en ese espacio donde vivíamos y trabajábamos enclaustrados, como ermitaños del arte, menudo arte era dibujar, colorear y editar las aventuras de “Capitán Veneno”, un héroe de historieta mezcla de luchador, judicial (Pero chido Como solo en la fantasía puede existir) y detective privado que bien describió Víctor como “El punto medio entre El Santo, El Santos, Columbo, Kalimán y Héctor Belascoaran Shayne, pero gracias a Dios fuera del DF”. Y claro que producíamos como imbéciles a todas horas, y alrededor de las cuatro se destapaba la primera cerveza y no mucho después se prendía el primer churro, no era diario, y muchas veces alguien se quedaba hasta muy tarde sentado frente a la computadora o la mesa, parado en mi caso, porque siempre me ha gustado dibujar de pie sobre una mesa alta. Sin más estimulantes que café y cigarro, y la música que elegía alguno de los que no estuvieran tan clavados con su trabajo esa noche. En esas ocasiones los otros dos solíamos quedarnos solidariamente o ayudar en el trabajo. No era mala vida, pero no era suficiente.

Al dejar a mis amigos y el proyecto que ya se hundía como yunque, seguí trabajando, no me metía nada simplemente porque no podía pagarlo la mayor parte de las veces. Pero si hubo episodios de excesos, aún así seguía produciendo. Cada vez más cínico, cada vez burlándome más de todos y de mi mismo primero que de nadie. Por eso llegué a donde estoy. Ganando primero concursos locales y finalmente una beca de una institución que apoya a los jóvenes artistas. Así me pude mudar a esta ciudad, que ofrecía todo lo que me hacía falta: gente como yo.

Descubrí que la gente “como yo” de esta ciudad vive de otra manera, y esta otra manera creo que no me va. Aún se me ve como alguien con futuro, con un trazo virtuoso y un humor negrísimo. Pero nadie sabe que ya no dibujo.

Hoy se repitió el episodio del plato de fruta, ella debe haberlo traído en su maleta porque yo no compro comida jamás, siempre como afuera con el dinero de mi beca, en mi refrigerador hay cerveza y algo de arroz chino que sobró de hace varias noches, no, ahora hay un litro de leche descremada, medio melón y sobre la mesa tres manzanas rojas. La fruta que dejó cortada sobre la mesa se ve bien y sabe bien, hace muchos años que no desayunaba así.

Recorro mi estudio, está demasiado ordenado, Jorge o Víctor se darían cuenta de inmediato que no estoy trabajando, ellos saben como lo hago, ahí está mi mesa altísima y sobre ella hay bocetos, pero llevan ahí meses sin que nadie los haya tocado. He estado demasiado ocupado siendo un artista en los bares de artistas. Si estuviera trabajando sobre mi mesa siempre habría dos o tres papeles en blanco y los bocetos se apilarían en el piso. Y el que se atreviese a pasar cerca de ellos y amenace pisarlos recibiría en la frente un golpe de la pelota de tenis con la que descanso mis dedos después de muchas horas de aferrarme a los lápices. Eso era cuando trabajaba con mis amigos y cada día prometía “me voy a sentar a aprender a tocar la guitarra”, por eso me la traje y está colgada en la pared. Igual que estuvo tres años en el otro departamento sin que nadie la tocara.

Ahora no dibujo y una mujer se ha metido a mi vida.

Descarto la idea del café, mejor chocolate, todavía tengo del de Oaxaca, en agua, para que realmente sepa a chocolate. Una taza extra grande de chocolate y la vida es un poco menos pinche. Me paro frente a mi mesa, los bocetos que tengo para que los vean las visitas ni siquiera son tan buenos. Los tiro al piso y pongo una hoja de papel nuevo. Tan blanco, tan virgen, tan dispuesto que lo eche a perder.

Y suena la cerradura. ¡Carajo, ya hasta llave tiene!

-Hola Pedro ¿Como amaneciste?
-Bien gracias... pequeña– Digo sin despegar la vista del papel, le he dicho “pequeña” a todas las mujeres de mi vida, no puedo fallar.

Camina hacia mi y me abraza por detrás, que bien se siente, quien quiera que sea…

-Oye, la verdad a mi se me hace raro, que nunca hayas preguntado, sabes... me llamo Daniela....

Daniela, Daniela...

-No quiero interrumpirte mientras trabajas, ya sabes que me encantan tus dibujos. ¿Prefieres que te deje solo?-

-No, yo dibujo igual, prefiero que te quedes conmigo... Daniela-

Creo que tendré que dibujar...

...



Aquí donde el tiempo se detiene
Aquí en el centro de tu boca
Donde somos dos y uno solo
Aquí donde hay un combate de peces
Donde puedo morir antes que hacerte daño
Aquí donde me encuentro entero
Aquí donde comienzan varios planes a futuro
Aquí y en tus ojos que cambian
Aquí donde hay un te quiero que es nuestro
Aquí y en cualquier lugar donde estemos juntos
Aquí y ahora que empieza nuestro conteo en lunas
Aquí colgado de tus estrellas
Aquí donde debí nacer y morir 100 veces
Aquí y ahora contigo,
Aquí y ahora sin mi,
Aquí y ahora cuando te amo
Desde aquí y para siempre, por ti...

jueves, 7 de octubre de 2010

Si te resulta difícil...




Si te resulta difícil entablar una platica conmigo,
comienza por contarme de la mascota de tu infancia,
cuéntame de las tortugas y
los peces que te quedaste con ganas de tener.
Cuéntame de aquella primera vez,
en que las mariposas hicieron frente en tus sentimientos
y se apoderaron de tu estómago.
Cuéntame del momento
en que te diste cuenta que no te gustan los payasos,
porque no te hacen gracia.
Puedo escucharte sin hablar,
y quizá con rostro delirante contarte de la mascota de mi infancia
contarte de las tortugas y los peces que nunca tuve,
contarte de la primera vez en que las mariposas
hicieron frente en mis sentimientos
y se apoderaron de mi estómago
Contar del momento en que me dí cuenta que no me gustan
los payasos aunque me hagan gracia.
Y entonces cuando el silencio se apodere de la noche,
las mismas sábanas contemplarán nuestra conversación.
Y a la mañana siguiente, al despertar la noche habrá parecido
corta y el sueño basto y al fin podremos volver a platicar...

Jonef GXA

Que Soy???


Soy un mentiroso... porque no cuento todo lo que se...

Un Estupido... porque aveces no estoy equivocado...

Feo... porque mi cara no es completamente perfecta...

Un perdedor... porque no a todos considero mis amigos...

Raro... porque no soy como tu ni como los demas...

Egoista... porque me gusta estar comodo en cualquier lugar...

Egocentrico... porque estoy orgulloso de quien soy...

Rudo... Porque mis actitudes no son perfectas...


Jonef GXA