martes, 12 de octubre de 2010

Un plato de fruta...


Si hay algo que me moleste es amanecer junto a una mujer que no conozco. Porque es evidencia de que no he sido dueño de mis actos a causa de alguna o todas las substancias que diariamente me meto para mantenerme a nivel, despierto, calmado, atento, simpático, funcional o lo que necesite durante los fines de semana que ahora inician los miércoles, ocasionalmente los martes y frecuentemente nunca terminan.


El problema es que llevo tres días despertando con la misma mujer que no conozco. Una mañana aquí estaba, a la noche la volví a encontrar en el bar del Gato, ya bastante borracho, y volvió a amanecer a mi lado, tengo recuerdos de un saludo y trozos de pláticas sueltas, pero no de su nombre, esa segunda mañana me pareció todavía más penosa la situación y me hice el dormido mientras se preparaba para irse, después de besarme en la mejilla, pensando que seguía perdido en el sueño, se marchó dejando un plato de fruta en la cocina para mi. A la noche preferí ir a otro bar, y para mi sorpresa me esperaba ahí, ya en una mesa con un par de mis conocidos. ¿Como se enteró? ¿Será que nos citamos ahí la noche pasada y perdí el dato de nuevo en las lagunas alcohólicas de mi memoria? El punto es que seguía sin saber su nombre, bebí menos esta noche y al subir a su auto para ir a mi estudio (Ya parecía lo más natural) descubrí con sorpresa que en el asiento trasero había una maleta con algo de ropa, que llevó con ella al llegar. Después de todo parece que estamos iniciando una relación en serio.

No es que me incomode, al contrario, ella es agradable y el tiempo que pasamos juntos creo que ha sido bueno. Podría llegar a quererla. Pero no me hace feliz tener a alguien viniendo tan seguido al estudio. Hay algo que me da mucha más vergüenza que tener que preguntarle a algún amigo (Tengo que hacerlo pronto) como se llama, o buscar en su bolso algún tipo de tarjeta de presentación, de crédito, cualquier indicio. Será después, el nombre no me importa por el momento, sino que no se percate de mi problema.

El problema es que no hago nada.

Amanezco con mujeres que no conozco.

Pero no hago nada.

Ya no dibujo.

Me paro frente a la mesa, reviso viejos bocetos, me mancho los dedos de carboncillo y fumo tres o cuatro cigarros. En general me siento como cuando era niño la tarde del domingo, después de un fin de semana de diversión, con muchísima tarea por entregar y sin haber abierto siquiera un libro. Así estoy parado frente a mi mesa viendo el papel vacío, a veces copio algunos trazos de un boceto que rescato del olvido. Pero hasta ahí, nunca más. Para ese entonces ya es casi de noche y hay alguien llamando por teléfono, o simplemente me harto y salgo a uno de los bares que frecuento, donde todo el mundo me conoce, charlo un poco con los viejos y nuevos conocidos, tal vez impresiono a alguna chica dibujando bocetillos en una servilleta y poco a poco voy entrando en la dulce neblina que me hace olvidar, olvidar que no puedo dibujar.

No es el alcohol, no es la mota, probablemente un poco la coca, no sé, no creo. Y no le entro al special K y esas mamadas que se meten los chavitos idiotas. Cuando estaba en el estudio con los otros dos tristes tigres el alcohol nunca faltó, en ese espacio donde vivíamos y trabajábamos enclaustrados, como ermitaños del arte, menudo arte era dibujar, colorear y editar las aventuras de “Capitán Veneno”, un héroe de historieta mezcla de luchador, judicial (Pero chido Como solo en la fantasía puede existir) y detective privado que bien describió Víctor como “El punto medio entre El Santo, El Santos, Columbo, Kalimán y Héctor Belascoaran Shayne, pero gracias a Dios fuera del DF”. Y claro que producíamos como imbéciles a todas horas, y alrededor de las cuatro se destapaba la primera cerveza y no mucho después se prendía el primer churro, no era diario, y muchas veces alguien se quedaba hasta muy tarde sentado frente a la computadora o la mesa, parado en mi caso, porque siempre me ha gustado dibujar de pie sobre una mesa alta. Sin más estimulantes que café y cigarro, y la música que elegía alguno de los que no estuvieran tan clavados con su trabajo esa noche. En esas ocasiones los otros dos solíamos quedarnos solidariamente o ayudar en el trabajo. No era mala vida, pero no era suficiente.

Al dejar a mis amigos y el proyecto que ya se hundía como yunque, seguí trabajando, no me metía nada simplemente porque no podía pagarlo la mayor parte de las veces. Pero si hubo episodios de excesos, aún así seguía produciendo. Cada vez más cínico, cada vez burlándome más de todos y de mi mismo primero que de nadie. Por eso llegué a donde estoy. Ganando primero concursos locales y finalmente una beca de una institución que apoya a los jóvenes artistas. Así me pude mudar a esta ciudad, que ofrecía todo lo que me hacía falta: gente como yo.

Descubrí que la gente “como yo” de esta ciudad vive de otra manera, y esta otra manera creo que no me va. Aún se me ve como alguien con futuro, con un trazo virtuoso y un humor negrísimo. Pero nadie sabe que ya no dibujo.

Hoy se repitió el episodio del plato de fruta, ella debe haberlo traído en su maleta porque yo no compro comida jamás, siempre como afuera con el dinero de mi beca, en mi refrigerador hay cerveza y algo de arroz chino que sobró de hace varias noches, no, ahora hay un litro de leche descremada, medio melón y sobre la mesa tres manzanas rojas. La fruta que dejó cortada sobre la mesa se ve bien y sabe bien, hace muchos años que no desayunaba así.

Recorro mi estudio, está demasiado ordenado, Jorge o Víctor se darían cuenta de inmediato que no estoy trabajando, ellos saben como lo hago, ahí está mi mesa altísima y sobre ella hay bocetos, pero llevan ahí meses sin que nadie los haya tocado. He estado demasiado ocupado siendo un artista en los bares de artistas. Si estuviera trabajando sobre mi mesa siempre habría dos o tres papeles en blanco y los bocetos se apilarían en el piso. Y el que se atreviese a pasar cerca de ellos y amenace pisarlos recibiría en la frente un golpe de la pelota de tenis con la que descanso mis dedos después de muchas horas de aferrarme a los lápices. Eso era cuando trabajaba con mis amigos y cada día prometía “me voy a sentar a aprender a tocar la guitarra”, por eso me la traje y está colgada en la pared. Igual que estuvo tres años en el otro departamento sin que nadie la tocara.

Ahora no dibujo y una mujer se ha metido a mi vida.

Descarto la idea del café, mejor chocolate, todavía tengo del de Oaxaca, en agua, para que realmente sepa a chocolate. Una taza extra grande de chocolate y la vida es un poco menos pinche. Me paro frente a mi mesa, los bocetos que tengo para que los vean las visitas ni siquiera son tan buenos. Los tiro al piso y pongo una hoja de papel nuevo. Tan blanco, tan virgen, tan dispuesto que lo eche a perder.

Y suena la cerradura. ¡Carajo, ya hasta llave tiene!

-Hola Pedro ¿Como amaneciste?
-Bien gracias... pequeña– Digo sin despegar la vista del papel, le he dicho “pequeña” a todas las mujeres de mi vida, no puedo fallar.

Camina hacia mi y me abraza por detrás, que bien se siente, quien quiera que sea…

-Oye, la verdad a mi se me hace raro, que nunca hayas preguntado, sabes... me llamo Daniela....

Daniela, Daniela...

-No quiero interrumpirte mientras trabajas, ya sabes que me encantan tus dibujos. ¿Prefieres que te deje solo?-

-No, yo dibujo igual, prefiero que te quedes conmigo... Daniela-

Creo que tendré que dibujar...

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